Un dibujo en la pared

Hombre venido del páramo atraviesa el camino de hormigón y alquitrán, alcanza el cuádruple carril y se adentra en, le han dicho, los Montes Torozos. Justo antes de tomar el desvío hacia su destino se le aparece el primer dibujo. De lejos tenía pinta de animal mitológico con muchos brazos y un cuerpo gordo y naranja. Ahora, enfocando bien, las extremidades del gigante son las ruedas de las bicicletas. En el interior del monstruo, digo, del autobús, viaja el Club Ciclista de Pedrajas de San Esteban. Destino: III Memorial Jesús Negro de Paz. Urueña espera a los compañeros de Sergio y Diego.

Primer dibujo

Una curva, otra, no se acaba de llegar hasta que dejas a un lado la muralla. Entro en el ajetreo propio de la hora antes de la salida. Aparco, rojo contra verde. Cambio de calzado, la chaqueta de Samuel y venga, vamos hacia la entrega de dorsales. Hay dos paredes repletas, con los dibujos que han hecho los niños a los que Goyo y sus colaboradores, en los colegios, imparten nociones de seguridad vial. Podría quedarme aquí mirando, mucho rato. Jugar a imaginar cómo un niño ha podido sintetizar, con cuatro trazos, una idea que a algunos mayores les resulta tan compleja. En estos dibujos están, si quieres verlos, los conceptos de distancia, seguridad y respeto. 

Segundo dibujo

Tenía que haberle puesto leche al café (aprovecho para dar las gracias a los chicos y chicas que atendieron a los ciclistas a primera hora). Salgo al sol de la calle y me encuentro con Aitor. Hablamos de la marcha, de la mucha gente que se ha inscrito a última hora, de lo difícil que va a ser hacer un «buen puesto» en la ruta corta. Del homenaje que tiene preparado para su amigo, que yo me perderé. Ahí aparecen Óscar, Goyo, Juan de Frutos. 

Renedo Bike show

Hombre, Alfonso, qué tal va eso. El veterano ciclista viene hoy muy bien acompañado. Me explica su encuentro fatal con el alambre de espino en Santovenia. Ahí llega un valhondo, inconfundible maillot. Levanta sus gafas, ahora sí. Resulta ser Alfredo. Charlamos unos minutos sobre marchas, federaciones y circuitos. Doy media vuelta hacia el naranja de Iván, del club de Renedo. «Vamos a llegar los últimos, estáte atento». Recuerdo esto mismo en Montemayor, hace tres años, y recuerdo que no lo decían en broma. Con permiso del resto, estos tres ciclistas saben como pasarlo bien dando pedales. La risa está por encima de todo lo demás. Dejo al grupo entre anécdotas de la noche anterior y me topo con Adolfo, que comprueba su dorsal. ¿Lina? Estaba aquí hace cinco minutos.

Tercer dibujo

Como si posara para la obra de algún pintor, inmóvil en su banco, un paisano de Urueña contempla la escena a las puertas de la muralla. Más adentro van llegando los ciclistas, ocupando su sitio en la larga calle que conduce al mirador. La silueta de Jesús delante de los campos que abarca la vista. Flores, unas cajitas cerradas con un lazo. Me alegro de ver aquí, mucho tiempo después y parece que recuperada, a Felisa Ares, con su hermano. Decido entonces que hoy es un buen día para hacerle fotos a las personas, más que a los ciclistas. Durante unos pocos minutos trato de acercarme a sus rostros, a su expresión. Concentrados, sonrientes. Aparece Mariano Pardo, foto con Félix, gente del triatlón de Rioseco, los bomberos, BTTros, un montón de maillot azules de Pedrajas, ciclistas desconocidos…

Manifiesto

Anna González está leyendo desde el corazón y desde las tripas. Reclama respeto y justicia, reniega de la política y sus trampas. Llega el turno de José Luis, que se convierte en un vecino más de Urueña recordando a su paisano. Aitor también tiene unas palabras para su amigo Jesús. Dichas en un tono bajo, repartidas entre 700 ciclistas, llegan lejos. Jesús, el speaker, contiene la emoción para anunciar la suelta de palomas. Ya vuelan hacia el cielo limpio de Urueña.

Cuarto dibujo

Que rueden las bicicletas, que se lleven la pena como el polvo del camino, que el recuerdo de Jesús y de los demás ciclistas fallecidos permanezca siempre en la mente de los participantes. Los veo bajar desde el pueblo junto a David, un pequeño ciclista sin pedales ni cadena, que se lanza cuesta abajo. Su madre lo alcanza a tiempo, pero el chaval ha demostrado pericia. 

Todos se han ido. Frente a la silueta del ciclista, sin embargo, hay un hombre mayor. No me atrevo a preguntarle más que obviedades, pero sus respuestas me ayudan a entender mejor este pueblo, si eso es posible viniendo una mañana al año. 

Antonio

También una vez al año, desde hace tres, subo en su coche para seguir la marcha de su pueblo, en memoria de su primo. La mesura y la amabilidad en persona, recibe el saludo de los que salen y entran del bar, aquí en la plaza de Urueña. Son algo más de las once de la mañana cuando nos encaminamos a la salida del pueblo. Cele es el voluntario al que tenemos que llevar al punto designado. Gorra, bastón, zurrón, sube Cele dispuesto a cumplir su cometido esta mañana.

Más que un dibujo, un cuadro al óleo

Por el tiempo empleado, quiero decir. Nos bajamos del coche a eso de las 12 del mediodía. Como tantas otras veces, intuyo que vamos a estar aquí alrededor de dos horas. Un bajada larga y pronunciada con giro cerrado a la izquierda, la razón de la presencia de Cele. Después, pinar cuesta arriba y otra bajada donde extremar la precaución si lo tuyo no es la técnica. El rato se hace ameno, después de todo, con momentos para recordar. 

Adolfo ‘Gaseosa’ Gómez casi me atropella, culpa mía. Al paso de los primeros, se me atasca el objetivo y no vuelvo a hacer una foto hasta diez minutos después. Un ciclista, con mucho cariño, trata de abrazar uno de los pinos que bordean la bajada. Lo consigue, pero no parece que al pino le importe mucho. Advierto a Fer del peligro de la bajada, a lo que responde con un grito estilo indio que interpreto como «estas son las bajadas que me gustan». Otro ciclista menos habilidoso opta, al final del descenso, por continuar recto en lugar de girar a la izquierda, como los demás. Su compañero le recrimina que no es la primera vez y que, por favor, no vuelva a hacerlo. Casi al final, serán las dos de la tarde, charlamos con un motorista voluntario llegado desde Zaratán. En una maniobra incomprensible, su moto trata de darle un beso a otro pino. No es el mismo de antes, pero su reacción es idéntica. Tras indicar un atajo que evite pasar por los senderos al último ciclista, volvemos a Urueña. No le decimos a este ciclista que, para terminar, tiene la subida más dura de la marcha.

Sin llaves

Me despido de mis compañeros, Cele y Antonio. Saludo a algunos participantes, le pregunto algo a Maxi, le cuento a Óscar que no hay foto, charlo unos minutos con mi amigo Miguel y llego al aparcamiento junto a Leti y Carlos, amigos de Marchena. Subo al coche. Adiós, Urueña. Adiós, Jesús.

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