Carta a Alfredo (I). Vuelta Ciclista a Valladolid

Estimado señor Don Alfredo Pérez Encinas, secretario del VeloClub Delicias:

Le escribo estas cuatro letras para contarle lo sucedido en la primera etapa de la edición número 28 de la Vuelta Ciclista a Valladolid. Me he tomado la libertad, usted disculpará, de eliminar los números romanos. Por lo menos, hasta la XXX edición, si para entonces la entidad que con tanto acierto dirige tiene a bien contar con mis humildes servicios.

Todo empezó, ya sabe usted, un viernes por la tarde. Que digo yo que, el 19 de julio de plena era post-cambio climático podría haberse retrasado un poco la salida. Ahí estaba yo, en la Acera de Recoletos de nuestra ilustre villa, con la cabeza como una olla a presión. A la sombra de los árboles que no han tenido la suerte de pertenecer al Campo Grande, chicos jóvenes sentados. Negro, azul, naranja, el maillot produce un extraño contraste con sus rostros colorados. Estirarse en sus sillitas plegables o en un banco de madera, sonrientes, responden a mis siempre agudas disquisiciones con elegancia y educación.

Poco a poco, en exactamente dos tardes, me ganaré su confianza y pronto serán ellos los que vengan a preguntarme por las fotos de la Vuelta Ciclista a Valladolid, por eso no se preocupe usted, Don Alfredo.

Las presentaciones

El número de equipos participantes, ‘graciosa’ coincidencia, es 28, martillea el speaker, una y otra vez. Si César elevara la vista hacia el termómetro del edificio de Caja Rural, en plena Plaza de Zorrilla, leería un número mayor. Si los equipos tuvieran piedad, acudirían prestos a su llamada.

La secuencia se repite a lo largo de minutos que parecen no tener fin. Asturiano, sudafricano, pucelano… a estas alturas, estará usted de acuerdo conmigo, el idioma es lo de menos. Solo quiero que suban al podio, aprovecho para felicitarle a usted y a todo el club por tener en cuenta estos detalles y hacer una presentación adecuada al evento, solo quiero, decía, que posen obedientes frente a las marcas patrocinadoras. Para salir ya hacia la carretera y que el viento termine de despeinarme.

Soy Ciclismo, reza en su maillot. Que alguien llame a sus corredores. Cinco, cuatro minutos y salimos… Ya están aquí los de Ávila, vámonos.

Entre las banderolas, ‘gotas’ los llaman los entendidos, de la Fundación Municipal de Deportes y de Frutas Paula, 168 chavales empiezan a dar pedales. Dejan la plaza de Colón a su derecha, durante escasos metros pienso que yo mismo paso por aquí, en bici, todos los días. Más o menos, a esta velocidad de carrera neutralizada.

Miguel

Ya sabe usted, don Alfredo, que Juanolas me enseñó a subir en una moto. Pon el pie aquí, se baja así, en la Vuelta Ciclista a Castilla y León de este mismo año. Hoy me lleva Miguel, el padre de Alba, aquella joven ciclista amante de la vetusta pista del Narciso Carrión. Suzuki o BMW, si es que yo no entiendo de motos, tampoco.

Calle La Vía, por el túnel de La Circular hacia Pajarillos. Algún valiente aficionado se asoma a vernos pasar a las cuatro de la tarde. Todavía hay gente en algún taller mecánico, saludan a Miguel Ángel. Miran pasar su flamante Ford granate, don Alfredo, si me permite, con cierta admiración. Director de carrera. Eso significa colocar los puntos de meta volante, puerto de montaña, de esta Vuelta Ciclista a Valladolid que acaba de empezar.

Semáforo en verde, ya pueden pasar.

Salvueros

Si algo bueno tiene contar historias es que se pueden dar saltos en el tiempo, permítame usted una vez más, don Alfredo, no quiero abusar de su confianza. De la primera subida, de los primeros maillots desabrochados y las caras de sudor, continúo en Bodegas Salvueros. Al vino, pues tampoco soy muy aficionado, no vaya usted a creer, pero el próximo que me tome va a ser de esta bodega. En la puerta nos espera un grupo de personas, el grupo de personas más amable y generoso que puedo permitirme en estos momentos de zozobra. Tengo la boca, don Alfredo, puede usted fiarse de mí, como la suela de una vieja zapatilla. Sí, de esas de cuadritos.

A la voz de ¡agua!, nos atienden con una botella de, fíjese en el detalle, un litro y medio. Con vasos. Me bebo dos. Entonces aparece usted con su cartel de meta volante. A escasos metros del pelotón, un grupo de cinco, tal vez seis ciclistas, cruzan al lado de mi nueva bodega de referencia.

Sinfo

El grupo pasa muy poco después, eso no nos da margen para adelantar, con garantías de seguridad, a los participantes. La meta volante de Bodegas Sinfo ya es historia. Frente a las instalaciones todavía alcanzamos a ver a Pepe, en su bici sonora. Incansable, inabarcable, inclasificable, para todos ustedes, El Duende Eléctrico. Ahí se detiene Juan, a saludar a su amigo.

Wamba

Torrelobatón, Castrodeza, cumplimos los 100 km de la 28 Vuelta Ciclista a Valladolid. A modo de celebración para los chavales, cuesta tendida con algún repecho que, entre usted y yo, se hace duro. Encinas a los lados de la carretera recta y caliente, viento pegajoso, muros de piedra vieja alrededor. Se forma un grupo en cabeza, se deshace, el pelotón se estira. Dani Cavia… da la impresión de que todo el mundo en el pelotón tiene su cara grabada, su descaro, sus ganas de romper. Demasiado control para las aventuras en solitario.

Parquesol

Un grupo de, contando mal, diez corredores, entre los que se encuentran gente del MMR asturiano y el vencedor en Villalón, Thomas Silva, consigue una ventaja suficiente. A relevos, alcanzan Zaratán. A partir de aquí, don Alfredo, momento para especular. La meta de Hernando de Acuña, en cuesta arriba. Antes, una curva a la derecha, también cuesta arriba. La solución la tiene Damon. A escaso metros del uruguayo Silva, cruza sonriente el corredor de la Selección de Sudáfrica. Damon Fouchee se convierte en el primer líder de la, lo hago por usted, don Alfredo, XXVIII Vuelta Ciclista a Valladolid.

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