Mañana de garzas azules entre campos y torozos

El viento permanece expectante, nunca quieto, en esta mañana de sábado y bicicletas. El lado izquierdo de la carretera, sembrado este siglo de árboles terroríficos de metal, con tres únicas hojas blancas de amenaza, desaparece en la cuesta abajo que lleva a Medina de Rioseco. Entre Campos y Torozos, tres semáforos después, la majestuosa fábrica de harinas mira al Canal de Castilla, espejo ondulado donde descansa el sol.

Café

La atmósfera que se respira en los alrededores de la dársena es limpia y extraña, diferente al trasiego que resuena desde la carretera principal atravesando el pueblo. Las bicicletas Giant apoyadas en la terraza del bar delatan a Xabi, que surge de la oscuridad del local para compartir sus impresiones. Y un café. La bebida del deportista que madruga.

El camino hacia el polideportivo donde se reparten los dorsales se compone de varias etapas. Salvada con notable éxito la primera, llegan Jose, Alfonso y Juan para el autorretrato colectivo (perdón, selfie) de rigor. Atravesando el arco de salida está Goyo, con sus amigos del Club de Triatlón Rioseco, con los amigos de su hermano Jesús. Hoy, mañana, ayer, siempre presente entre campos y torozos.

Nelson, de http://www.runvasport.es, aparca el ya mítico coche azul con sirena cerca de la salida. Ha pasado casi todo el día de ayer revisando el recorrido, verificando marcas y señales. «Voy a estar rulando», declara mientras, en efecto, se mueve de un lado a otro minutos antes de las 10 de la mañana. Descartada su colaboración en tareas menores, toca consultar con Fernando, técnico del ayuntamiento de Medina de Rioseco, sobre los enclaves más atractivos de la marcha. Recita, con la prosa y la pasión de quien ama este lugar, no menos de tres. Entonces llega Óscar, del Club Triatlón Rioseco, y amplía un poco más la oferta. La voz del speaker reúne a los participantes apenas terminada su última indicación: este año, tras la senda del pantano, se gira a la izquierda. Para subir.

Tierra

Camino ancho de tierra seca y polvo marrón que vomitan las ruedas, a merced del viento caprichoso. Sol sin oposición cayendo sobre los ciclistas en la primera subida del día, estirado ya el grupo al compás de este baile de pedal y manillar. Sonrisas y pulgares en alto hacia Valverde, Castromonte y la senda del pantano.

Todas las moléculas de sosiego que hacen falta unos metros más arriba se concentran sobre la superficie del agua de este embalse. Santa Espina, río Bajoz. La suela de los zapatos hace crujir pequeñas migas de hojas secas, de fragmentos de ramas caídas, suficiente susurro levanta el vuelo de las garzas azules del embarcadero, ajenas a las cañas de pescar que se mantienen firmes en la orilla. «Tencas… pero hoy, nada». El canto burlón de los patos alerta al visitante, tarde, del paso de los ciclistas. Rubén salva la presencia incómoda y absurda del fotógrafo en este tramo y ataca los últimos metros de senda en cabeza. Por ahí vienen Carlos, Carlos, Maxi y Maxi.

El cambio se revela acierto, esta subida bajo el arco de encinas merece la pena. Tras el kilómetro fugaz de senda pegada al agua, la pendiente de canto suelto devuelve al participante de esta IV Marcha Entre Campos y Torozos a una realidad bien diferente. Hola de nuevo al plato pequeño y los dientes apretados.

Cuesta arriba entre campos y torozos.

Agua

El Canal de Castilla parte en dos el camino. Desde la dársena, familias de paseo y algún corredor a pie. Tres amigos en una precaria balsa de goma, una fotografía que nunca verán. Más viento, más calor.

El grupo de los primeros en llegar, con permiso de Maxi, asoma entre los árboles. Se miran unos a otros, clavan los ojos en el suelo volcando el cuerpo sobre el manillar. Pasan rápido, solo el silbido de las ruedas. Al pie de la harinera, una mujer espera con su hijo la llegada de un ciclista que va de negro, pantalón largo, casco gris. No, no va a llegar de los primeros, siempre suele quedar… hacia la mitad.

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