El kilómetro más largo entre campos y torozos

Entre el bosque de vallas, banderines y arcos hinchables  de http://www.runvasport.es surge Nelson. Me concede una hora de vacío hasta las 9:30, más o menos, que es cuando piensa llevarme al kilómetro de sendero prometido. Los ciclistas no acaban de llegar todavía a esta bonita dársena de Medina de Rioseco, así que vuelvo sobre mis pasos hacia los bares abiertos. Cuando me decido por uno, concurrido para la hora que es, aparecen Adolfo y Rubén, con la misma idea. Breve pero interesante, la conversación me sitúa en esta mañana fresca y soleada, propicia para dar pedales entre amigos y conocidos. Sin más.

Más gente

La participación ha crecido respecto a años anteriores en esta III Marcha Entre Campos y Torozos. Hay muchos y muchas que vienen por primera vez, por ahí andan dos chicos de Torrescárcela, ciclistas de Palencia… Colaborando con la organización por los caminos, el inconfundible maillot negro y amarillo de los chicos del Triatlón Rioseco. Llega Óscar, «creo que Aitor, al final, no viene». Samuel, María, «hola, soy Quique, de la universidad», el veterano Juan Pastor, ese es Jorge Turrado, 111 y 112 para los Rioyo Brothers… poco a poco, esto se anima. En cinco minutos nos vamos, dice Nelson.

El kilómetro más largo

Tablas de madera de unos 20×30, sus buenos 3 cm de grosor, con la leyenda ‘senda del pantano’ en letras rojas mayúsculas cinceladas. Una flechita debajo, también en rojo. Entramos en una pista y escucho la voz que sale del teléfono de Nelson. En 1.400 metros habrá llegado a su destino. Un panel informativo con un mapa del embalse, el dibujo de una tenca y de otro pez más grande. Texto. Una valla de madera y a la derecha el puente que conduce al sendero. Es estrecho, por momentos se pega a la orilla para abrirse después hacia los árboles y volver a los juncos del agua. Una garza levanta el vuelo. Patos. Silencio.

Después tengo que venir a recogerte, dice Nelson. Estoy reconociendo el entorno, mirando hacia arriba, a los árboles, el agua tranquila, los reflejos, la luz fría de las diez de la mañana. «Después» queda ahora muy lejos para mí. Me adentro en el camino, un nuevo paisaje que descubrir, otro lugar cercano del que no tenía ni la más mínima referencia. A partir de hoy lo considero de visita obligada, más en otoño, más en un día soleado y frío. En el panel está nombrado como Embalse de La Santa Espina, pero es un pantano que se construyó hace años para el regadío de la zona. También hace años que ya no cumple esa función. Parece que todo lo relacionado con el campo y su labor, con el trabajo del labrador, toma en estos tiempos un valor lúdico, de mero entretenimiento. Lo que fue un pantano para regar es la excusa para dar un paseo en una mañana de domingo. El ecosistema artificial que fabricó el ser humano se transforma y vuelve a su ser original, devorado por la naturaleza que me rodea.

En el claroscuro del camino, la anchura exacta para mis dos pies, avanzo hasta el final, el embalse a la izquierda. El sol golpea en la pista que ha de traer a los ciclistas hasta la senda. Aquí está Mariano, del Club Triatlón Rioseco. «No, este sendero lleva muchos años y la verdad es que está muy bien… Un kilómetro de largo tiene». 

El sendero

Doy media vuelta y se me ocurre mirar la pantallita del teléfono, que en un lugar como este aparece aún más absurdo. El dibujito del conjunto vacío arriba a la derecha y el aviso de que, aquí, no tiene sentido llevar esto encima. Me lo guardo, claro. En el aparente silencio, entre los cantos de pájaros desconocidos, chirrían entonces unos frenos. Tarde me doy cuenta de que no me he colocado en un buen sitio, estoy a 20 centímetros del agua. Me agacho, me separo un poco pero da igual. Samuel, Jorge… pasan a más velocidad de la que soporta este viejo objetivo. Una estela desenfocada en la pantalla. Borrar.

Hacia el lado del bosquecillo la vida parece más fácil. Carlos de Frutos avanza pidiendo paso, con las gafas en la boca, una fila de ciclistas detrás. De uno en uno, sin posibilidad de adelantar, sortean las curvas de esta senda. Más atrás se oyen voces. Alguien ha caído. Me acerco, se levanta sin mayor dificultad. Decido quedarme unos minutos en este punto.

Ahora no viene nadie. Descubro la trampa del sendero, un escalón que ocupa, sin ser visto, el trazado natural. No es una raíz, como las que sí hay más adelante, es un desnivel de tierra y hierba que se adentra en el estrecho paso para hacer caer, uno tras otro, a muchos participantes. Las consecuencias de la caída son proporcionales a la velocidad de cada uno, pero no pasan del mero contacto con la tierra fresca. Cuando me canso de dar voces avisando y Juan se levanta, cambio de tramo.

Verónica y Javi

Dos amigos viene charlando de sus cosas. Se están divirtiendo hoy en esta III Marcha BTT Entre Campos y Torozos de Medina de Rioseco. Entonces, la chica ve al fotógrafo, acierta a saludar o decir algo, tal vez sorprendida. Se despista y cae hacia el lado del pantano, sobre su brazo derecho, los juncos como frontera. No se hace daño, o eso parece, pero su cuerpo se ve atraído por la masa de agua. De manera lenta pero inexorable, se hunde en la tierra, poco a poco, hacia el lecho del embalse. Perplejo, alcanzo su brazo y tiro hacia mí. Aparte de ver que lleva reloj, no consigo que detenga su trayectoria descendente. Suelto la cámara, agarro fuerte, trato de abrazar sus hombros sin resultado. Cuando la voz de Verónica anuncia un inesperado chapuzón, llega Javi y consigue levantar a su compañera. Trato de comprender lo que ha pasado, pero Javi y Verónica ya están otra vez de buen humor y, sobre todo, secos. Suben a sus bicis y se alejan, camino del puente que los sacará a la pista llana y ancha. Decido seguir su ejemplo.

Verónica, justo antes de caer

CAT Parquesol

Creo que es la primera vez que veo algo así. Entre los últimos ciclistas que cruzan la senda aparecen, a buen ritmo, corredores a pie. Color naranja y gris, comparten el estrecho sendero. Alguien me saluda, creo reconocer su cara. Me los encuentro al final, Ana, Imanol y sus compañeros, celebrando la fiesta del club por los caminos. Después han quedado a comer en Castromonte. Una foto, pues claro, ya solo me queda esperar a Nelson.

 

Inciso: Comedia ecologista

En la entrada a la senda veo una lata de cerveza vacía, el envase de un yogur natural sabor galleta, dos pañales, un vaso de plástico blanco y varias servilletas, el ya clásico condón usado. Todo esto, tirado en el suelo, me da para una pequeña representación:

– Mamá: Ay, qué bien se está aquí, qué sitio tan precioso…

– Papa: El pinar es muy bonito, podemos aprovechar y dar de merendar al nene.

– Mamá: Sí, pero primero voy a cambiarle, que creo que se ha hecho caca.

– Papá: Vale, yo voy a tomar algo aquí a la sombra. ¿Te saco una cerveza?

– Mamá: No, alcánzame el yogur, anda. Mira bebé, mira que sitio tan bonito. El fin de semana que viene se lo digo a los abuelos y venimos todos, ¿vale?

– Papá: Podíamos traer unas tortillas o algo y comer aquí… joder, no veo ninguna papelera.

 

Ya no llegamos

Hace una hora que pasó el último ciclista. Llega un grupo de andarines, tres chicas y dos chicos de Villardefrades. Para variar, les hago una foto. Van hacia La Santa Espina, a tomar algo. Cuando desaparecen de mi vista, oigo ladrar a un perro. Una pareja detrás, eso explica la presencia de la furgoneta gris. Que no va para Medina, vale, gracias.

Recorro la pista, los 1.400 metros que dijo el teléfono unos párrafos más atrás. Dios, no pasa ni un coche por la carretera. Y los que pasan vienen a la senda del pantano. Ahí sale uno. No, no vamos a Medina. Una camioneta y un señor. Le pregunto. Me responde con una onomatopeya ininteligible, pero por el gesto creo que tampoco va a Medina. Coche rojo que… no para. Una araña pequeña trepa por la pernera de mi pantalón. La invito a bajar. Hago dibujos en la tierra con un palito. Lo borro todo. Son las 13:15 h

Me río. Ellos también. Abraham y Nelson me depositan, por fin, en la dársena del canal. Alcanzo a escuchar el nombre del premiado como corredor venido de más lejos. Que me perdone allá donde esté, no recuerdo la provincia. Saludo a la gente de Sobre Ruedas, converso un rato con los chicos de Torrescárcela. Me río. Ellos también. Aquí están, sanos y salvos, Verónica y Javi.

 

 

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